
Los coches del futuro necesariamente serán ideados para prevenir las emisiones que calientan la atmósfera. Y desde ese punto de vista, los vehículos alimentados con pilas de combustible de hidrógeno –y más, si éste se produce con electricidad renovable– son el modelo más ecológico ahora imaginable. En esta búsqueda del coche limpio se inscriben los exitosos modelos híbridos de Toyota y Honda, en los que se compagina el motor tradicional de gasolina con un motor eléctrico que se recarga con la frenada.
Sin embargo, la fase de transición viene ahora marcada por los biocombustibles, carburantes de origen vegetal. El bioetanol, obtenido a partir de plantas ricas en azúcar (cereales, remolacha...), es la alternativa a la gasolina, mientras que el biodiésel, procedente de aceites de plantas oleaginosas (soja, girasol o colza), de aceites usados e, incluso, de grasas, ha empezado a suplir al gasóleo.
No obstante, la tarea es titánica para los productores de biocarburantes, pues deben vencer la inercia de la industria petrolera y la automovilística, ligadas a los hidrocarburos.
La tendencia mundial la están marcando las compañías norteamericanas General Motors o Ford, que comercializan vehículos flexibles adaptados para que el motor funcione con el componente E85, una mezcla del 85 por ciento de bioetanol y un 15 por ciento de gasolina. En la actualidad, circulan cerca de 1,5 millones de vehículos flexibles en Estados Unidos.
La gran ventaja es que son coches menos contaminantes, y sus fabricantes han desarrollado un potente marketing en el que destaca la protección del medio ambiente. Se calcula que estos vehículos reducen la emisión de gases en un 90 por ciento, mientras que el ahorro de energía es del 17 por ciento.
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